La luna selenita iluminaba el bosque efervescente, donde un joven trovador experimento una epifanía onírica, recitando un poema de amor con voz sibilante, creando un hechizo lúdico y místico que durara toda la eternidad, en un claro crepuscular con aurora boreal y vibración térmica, rodeado de pétalos de rosa ocre y notas de música gélida, en un éxtasis fluvial y serendipia, alcanzando el zénit de la magia y la poesía, con un karmico regalo de la naturaleza nefaria y luminiscencia eterna.